HERALDO DE TIEMPOS NUEVOS
©Giuseppe Isgró C.
Era una mujer de un poco más de treinta años, delgada,
erguida, con actitud serena y de exuberante dignidad; caminaba con paso firme y
sosegado, reflejando una absoluta seguridad en sí misma, así como una gran
lucidez en la expresión de su pensamiento.
Irrumpió con voz de trueno, en aquella plazoleta, de la ciudad
que casi alcanza su cuarto centenario, y que aún refleja el genio
arquitectónico español, en América.
El lugar se encontraba con poca gente, pero estaba ubicado
frente a la sede de uno de los organismos oficiales de la ciudad.
En su mayoría, quienes
allí se encontraban eran personas sencillas, de las que parecieran no tener
trascendencia alguna, y sin embargo, la tienen.
Muchos de aquellos seres pertenecían a aquel mundo destinado a
transformarse. Pero, como siempre ocurre, frente a los cambios que exigen un
esfuerzo extra, se resisten a adaptarse a la nueva realidad, bajo la égida de
la ley del progreso. Empero, surgen nuevos estados de conciencia. Caso
contrario, la ausencia de adaptación implicaría salir de escena y dar paso al
nuevo grupo de líderes, que en cada época emerge.
Decía un prudente filósofo, con aguda sabiduría, que cada
nueva generación que emerge trae sus respectivos líderes, y maestros. Podría
decirse, también: Todo líder, en cada época, trae sus propios seguidores. Por
eso asombra que, virtualmente, en poco tiempo, tantos seguidores se identifican
con sus respectivos líderes, y uno se pregunta: De dónde salió tanta gente que
piensa igual?
Mirándolo desde la perspectiva de la Meta-Historia, cabría una
pregunta: Durante cuántos ciclos de vida, en el planeta tierra, esos líderes y
seguidores, han actuado conjuntamente? Esa es una de las razones por la que se
dice que la historia se repite. Y esos líderes y seguidores, no han actuado, ya,
en otros mundos antes de venir a la tierra?
Los tiempos cambian, sujetos a un plan universal, que a su vez
se rigen por un pensum invisible en la dimensión física del planeta, pero no
menos real visto desde la perspectiva espiritual.
Esa es la razón por la que Louis Pauwels, en “El Almuerzo del
Súper Hombre”, sugería que, “en un universo sin límites era preciso tener un
pensamiento abierto”
El río del progreso conduce sus aguas al mar de la unidad
universal, en que se gestan nuevos estados de conciencia. Pero, se trata de una
conciencia libre, siguiendo los cánones del libre albedrío que el Creador
Universal imprimiera en ella, como atributo divino.
Empero, ningún atributo se rige con independencia de los
demás; todos coexisten en armonía y se expresan con el lenguaje de los
sentimientos inherentes a los valores universales, como guía en los actos
humanos.
Los valores universales, son la expresión de los atributos
divinos, cuya fuerza de empuje es como el río, que al anteponérsele un dique,
por delante, e ir acumulándose sus aguas, detrás dél, llega un momento en que
su potencia, concentrada en ese punto, alcanza tal magnitud que lo rompe.
Entonces, el libre fluir de las aguas se asemeja al del progreso, y éste está
plasmado en la ley cósmica, por el Ser Universal, que rige todas sus vertientes
y variantes, en el eterno retorno.
Aún quienes parecieran ser los enemigos del progreso, son
utilizados como instrumentos por la ley divina y los regidores universales, en
el lugar y obras en que puedan ser útiles, y ninguno de ellos, lo percibe
conscientemente. .
Es el mecanismo de la propia ambición, que Dios puso dentro de
cada ser, el que le impulsa a la realización de grandes obras, que cada quien
cree que son propias. Empero, en realidad, cada uno es un obrero cósmico, en
infinitos niveles de realizaciones. Lo que cada quien recibe, por su trabajo,
es el salario cósmico. Pero la obra es de Dios; Él nos da la oportunidad de
realizar el trabajo, y crecer, de acuerdo con nuestra capacidad de asunción de
responsabilidades.
Acumular en un mundo de abundancia, para qué? Para ir cargado
como un camello, en vez de ir liviano como un águila?
Perpetuarse en el poder, como lo vemos en todos los niveles
ejecutivos, en gran número de instituciones, y países, no es sino una forma de
estancamiento, donde por un lado está el líder que asume su rol con ansías
ilimitadas de dominio, y por el otro, las grandes masas que gustan de las
migajas del festín. Por un lado están los “seguidores”, mientras que por el
otro lado de la cadena, el que se cree su perenne líder. Pero no hay
diferencia, cada uno es esclavo del otro, y viceversa; es preciso darse cuenta
de ello.
Pero, cada ser cumple el rol que le asignara la divinidad, por
la ley de afinidad. Entre los integrantes de las grandes masas, pocos son los
que quieren asumir retos significativos en beneficio de la colectividad. Le
gusta más el rol de seguidores; y también, la “papa pelada”.
Hoy en día se prefiere hablar de líderes principales y líderes
cooperantes. El primero prepara a los segundos para que, en todo tiempo,
cualquiera le pueda sustituir, por cuanto, en todos, por encima del interés
personal prevalece el del grupo. Al darles paso a los cooperadores a que
asciendan, también lo puede hacer el dirigente principal.
Sólo aquellos que son capaces de asumir grandes objetivos de
responsabilidad social, que tienen una visión que trasciende a la de la
generalidad, y se preparan, pueden ejecutar lo pensado, sin importar el
esfuerzo que amerita. Emergen como líderes, en cada época, y van realizando los
objetivos cósmicos que se les delegan.
Pero, esos líderes situacionales van emergiendo con
naturalidad; son, sin saberlo, instrumentos de ese orden cósmico, regido por la
ley de afinidad.
La ley de afinidad, es la rectora, y ordenadora, del universo.
Ubica a cada ser en el orden perfecto que se corresponde, exactamente, con su
suma existencial.
Es decir, mediante la ley de afinidad, cada ser se encuentra
en el lugar correcto, en el tiempo adecuado, haciendo lo que le compete, o
dejándolo de hacer. Y cuando le toca cambiar de lugar, por su nuevo saldo
existencial, tiene que hacerlo, y lo efectúa, automáticamente, porque nadie
puede resistir a la fuerza ordenadora del progreso universal.
Ese progreso, en cada época tiene sus heraldos, que van
anunciando las buenas nuevas de la edad
de oro respectiva. Ellos señalan los cambios que se avecinan, los asuntos
obsoletos que hay que dejar de lado, y las virtudes que hay que cultivar, como
plan de vida ceñido al orden divino.
En la medida en que las grandes masas eleven sus niveles de
conciencia, irán apareciendo los líderes acordes.
De qué serviría tener, ahora, líderes del tipo de la nueva
edad de oro, que emergerán dentro de treinta mil años, si nadie les seguiría en
esos niveles de realizaciones tan avanzados? La naturaleza no da grandes
saltos. Quién puede imaginar los estados de conciencia que se tendrán dentro de
treinta mil años? Empero, qué representan treinta milenios? Menos que nada, en
la eternidad.
Los poetas, maestros, articulistas, líderes, empresarios,
madres, y los guías espirituales que inspiran, además de Dios, que realiza su
trabajo en la conciencia de cada ser, cada uno en su respectivo rol, es un
heraldo que anuncia los nuevos tiempos. Algunos ven más lejos que otros, y Dios
en grado infinito, pero cada quien ve el lugar en donde deberá dar el siguiente
paso, o anunciárselo a los demás.
El mecanismo de las propias necesidades, de los deseos y de la
ambición personal, canaliza la energía creadora que representa el poder
potencialmente infinito de cada ser, en los cuatro reinos naturales, en una
eterna polarización.
La ley de la Justicia es la eterna guardiana del orden
universal, y quien lo ejecuta es la de Afinidad, de acuerdo a la suma
existencial de cada ser: es el resultado de la siembra y recogida, de la causa
y del efecto, de los actos y sus consecuencias. Es decir: acción y reacción.
Por eso, a quien esto escribe, le llamó la atención aquella
mujer erguida, de voz de trueno, que caminaba del extremo norte al sur de la
plazoleta, arengando a quienes se encontraban allí, escuchándole. Ella emitió
las críticas que presuponen un cambio de sistema que el tiempo va dejando en la
obsolescencia. Anunciaba, en pequeña escala, la nueva edad de oro, cual poeta y
antiguo heraldo de aquella Grecia que por el influjo de Homero, tan largo
esplendor vivió.
Pero, esos antiguos heraldos siguen siendo potentes faros de
luz: Homero, Platón, Séneca, Cicerón, Lao Tse, Sidharta Gautama, Confucio,
Pantajali, Plutarco, Al Gazzali, Ibn Arabi, Rumi, Cervantes, Allan Kardec,
Benjamín Franklin, Victor Hugo, Amalia Domingo Soler, Concepción Arenal, León
Denis, Ernesto Bozzano, José Mazzini, Tagore, Gandhi, Alexis Carrel, Paúl
Brunton, Napoleón Hill, e incontables otros.
A lo lejos, los incondicionales de los viejos sistemas que
como avestruces esconden su cabeza en un hueco de la tierra, y en vez de de
proyectar su pensamiento en un mundo abierto, cuales lacayos, repetían: -“Viva
el Príncipe”.
Una joven, acompañada por su asesor, iba caminando con paso
rápido por la plaza, para llegar a tiempo a una oficina gubernamental, les
decía: -“Dejadle tranquila; dejadle tranquila!”.
Algunos se mofaban de la mujer que fustigaba exhortando al
cambio, al cultivo de la virtud, anunciando mejores tiempos por venir.
Pero ella, inspirada, serena y confiadamente, al igual que un
jefe victorioso en el campo de batalla, o un científico en su laboratorio,
recorrió de punta a punta la pequeña plazoleta, la que, precisamente, tiene por
nombre el que marca una época gloriosa en los anales de la historia. Omitimos
mencionarlo, pero podría ser cualquiera relativo al propio terruño.
Al llegar al extremo sur de la plaza, aquella mujer de voz de
trueno, equilibrada, con dignidad y
aureola luminosa de quien sabe que está siendo, en ese momento, una
profetisa, arremetió con mayor fuerza aún. Su arenga era, a la vez, una
amonestación, y una exhortación para recorrer la senda virtuosa del progreso.
Ella parecía anunciar ese nuevo Contrato Social, al estilo de J. J. Rousseau,
que los tiempos demandan a grandes voces y que pronto, alguien habrá de
estructurar.
Recordemos lo que Don Quijote le dijo a aquellas dos damas de
vida “fácil”, en la venta en que hizo su parada Don Quijote, en su primera
salida:
-“Cuanto una digna mesura es virtud en las hermosas damas, la
risa que de leve causa procede es mucha sandez; no por esto os amonesto, sino
que os lo digo solo por el deseo de que seáis de ánimo benévolo hacia mi, que
el mío está imbuido de la total voluntad de serviros”.
Cuanta elevación de pensamiento en Don Quijote. En ese
aforismo del segundo capítulo del Quijote comenzaba a plasmarse el genio
inmortal de Cervantes, expresando una eterna sabiduría de manera inigualable.
Luego, Cervantes agrega: -“El lenguaje no entendido por las
señoras, y el aspecto de nuestro caballero, acrecentaban en ellas la risa,….”.
En aquella plazoleta, algunos seguían diciendo: -“Viva el Príncipe”. En su
respectiva ciudad, cada quien encontrará un espécimen que se le asemeje, -al
Príncipe-, por cuanto es natural que así sea.
Cualquiera diría que esa mujer de la cual se mofaban esos
humanos que allí escuchaban, lacayos, algunos, de subalternos intereses, de que
era alguien que precisaba se le apretase alguna tuerca en su mente.
Pero, para alguien que sabe ver las señales que los tiempos
traen, un heraldo en movimiento jamás anda solo; es como el primer paso detrás
del cual siguen muchos otros, ad infinitum.
Frente a la acción pedagógica de la Divinidad, en la
conciencia, no hay nadie que pueda resistir por largo tiempo. Pero, la
Divinidad actúa simultáneamente en la conciencia de todos, y gran número de
personas, al mismo tiempo, asumen su rol inherente, y se transforman en
heraldos de nuevos tiempos. Pero, el mayor heraldo es Dios. Cada ser presta su
voz, pero el pensamiento expresado es el de la Divinidad. Por eso decimos: -Es
un heraldo, o poeta, inspirado por Dios; o, por los guías espirituales; o, por
cada ser, desde la dimensión espiritual, o encarnado en desdoblamiento, o
proyección, en los cuatro reinos naturales. Interactuando, también, un reino
con otro, ya que todos son cooperantes entre sí, y cada ser es una expresión de
la divinidad, en cualquiera de sus manifestaciones.
Cada quien enrumbará sus pasos, oportunamente, a un mejor
puerto, donde abrirá la puerta de la nueva edad de oro, en su respectivo nivel
de conciencia.
Emergerán Nuevas Acrópolis, y escultores como Fidias, o
Praxiteles, que harán brotar un nuevo Partenón, en cada época.
Con el tiempo, en vez de Fidias se llamará: Miguel Ángel,
Augusto Rodin, y con muchos otros nombres, pero su genio portentoso, su inmensa
capacidad de trabajo y visión, crearán obras trascendentales.
La majestuosidad de sus obras despertará la admiración de la
gente en incontables siglos, pero el pensamiento que le es inherente, será un
potente faro de luz, que guiará a las nuevas generaciones.
También los artistas son heraldos de los nuevos niveles del
pensum cósmico.
Emergerán, también, nuevos personajes equivalentes a:
Pericles, Alejandro Magno, Ptolomeo I Soter, Mahoma, Abderramán III, Lorenzo El
Magnífico, y tantos otros, que utilizarán a esos genios preclaros en la
creación de las obras que simbolizarán, precisamente, esos estados de
conciencia elevados hacia donde está enrumbada la humanidad.
La Luz ilumina los horizontes humanos. No se trata de entablar
una contienda encarnecida con la oscuridad, o contra quienes, erróneamente,
pudiesen pretender de mantenerla, contra corriente.
De lo que se trata es de enfilar la proa en sentido del Este,
por donde, cada mañana, sale, nuevamente, el sol. Luego, seguirlo en su
trayectoria, y al llegar la noche, descansar, para recuperar las fuerzas.
Empero, al llegar la noche, hay otras clases de luces, que,
también, evacuan la oscuridad: la eléctrica, el estudio, la meditación, la
reunión con quienes saben más, para aprender, y un sinnúmero más, a la medida
de cada quien, en cualquier lugar y condición.
Pero, la más importante
de todas, es la luz de la divinidad que emerge en la conciencia. Es la de los
valores universales: el amor, la prudencia, la justicia, la fortaleza, la
templanza y la belleza, que guían a cada ser por el camino de una vida
virtuosa, y feliz.
La conciencia de cada ser, en los cuatro reinos naturales, es
una réplica exacta de la de Dios. En ella aflora, incesantemente, la luz que
alumbrará los nuevos tiempos por venir.
Cada quien, por propia conciencia, vuelve, en nuevos ciclos de
vida, para enderezar los tuertos que antes hiciera. Es el ideal de Don Quijote
que en todo ser ve la magnificencia de la Divinidad. Por ejemplo, en aquellas
mozas de vida “fácil”, él contempla damas virtuosas; en el ventero, al
gobernador de un famoso castillo; en su rocín, el mejor de los caballos del
mundo, y en todo, guiado por los preceptos de la Orden de Caballería, cuyo rol
había asumido: -además de no hacer daño alguno a nadie, le animaba el anhelo de
servir, y realizar la mayor suma de bien posible.
Los mismos “enemigos” de la luz, serán los difusores de la
misma, en tiempos futuros. Nadie puede escapar al destino que la persona misma
pusiera en movimiento, por la ley cósmica. Quienes ahora dilapidan las arcas
del tesoro público, a nivel mundial, dentro de una “legalidad” que pareciera
inobjetable a la vista de todos, frente al esquema de la divinidad, que utiliza
una balanza más fidedigna, y una percepción más preclara, tanto para premiar
como para ordenar la compensación inherente, la Justicia le “impondrá” venir a
llenar las arcas que antes vaciaran y a usarlas con mayor prudencia.
Cuántos siglos de “servicios compensatorios” implican el
resarcimiento del indebido uso de los recursos públicos, o ajenos? No importa,
será un tiempo suficiente para el aprendizaje, y la compensación. Los regidores
cósmicos se aseguran, de esta manera, un recurso humano que se le coloca bajo
su dirección, en la realización de las obras a ellos encomendada. Quién podría
dudar de la sabiduría de la Divinidad?
Todo se encuentra en un perfecto orden. En un mundo que
pareciera ser un caos, se percibe, sin embargo, el efecto ordenador de la
naturaleza, que, en el tiempo perfecto del sincronismo universal, va
estableciendo la armonía de la Divinidad.
El cambio empieza con la expresión de nuevos estados de conciencia.
Por eso los heraldos, con tiempo, vienen a advertir sobre las
obsolescencias que precisan cambios de rumbos, y anuncian los nuevos.
Son, los heraldos, los instrumentos inspirados por la Divinidad, cuya voz alerta coercitivamente
para reorientar el sentido existencial.
Representan el mensaje visible inspirado por un entorno
invisible que vigila, dirige y corrige.
Ningún pensamiento y acto, pasan desapercibidos frente a esa
dimensión espiritual que lo ve todo.
Es alentador saber que nuevos heraldos siguen emergiendo,
según los tiempos, y en cada era. Para muestra basta un botón. Esa mujer, como
mensajera, preanuncia a muchos otros, en idéntico rol, en cada rincón del
mundo.
Nuevos poetas elevarán su canto para despertar las
conciencias, y señalar nuevos caminos. Los ideales esbozados por los maestros
de la Patria, son faros luminosos. Ellos vieron antes lo que hay que realizar
ahora. He aquí la importancia de leer a los grandes pensadores, a los poetas y
a los ensayistas.
Son tiempos de cambios que anuncian la nueva edad de oro.
Cuánto trabajo por delante, cuántas alegrías que disfrutar! Cuántas páginas en
blanco esperan ser llenadas con excelsas obras!
Saludamos a esa mujer valiente de la plazoleta, y les damos
las gracias por la gesta heroica que su acto representa, en una época en que la
gente pareciera estar pasiva. Son tiempos de calma creadora que esperan el
toque de la trompeta que anuncie el tiempo de la acción fecunda.
Heraldo, o profetisa, simboliza la apertura a esos tiempos
anhelados a los cuales habrá que aportar la propia cooperación y concurso. A no
dudar, el mundo mejor que todos anhelamos es ya una realidad en los planes
cósmicos. Ahora, manifestémoslo a partir del pensamiento creador, como lo
hiciera la heraldo de nuestro relato. Expresemos nuestra gratitud a la
Divinidad por su inefable bondad plasmada en la Ley Cósmica, y en la conciencia
de cada ser.
Adelante.