jueves, 16 de mayo de 2013

BONDAD



BONDAD
©Giuseppe Isgró C.

Decía Bias, El Prienio: –“Los más de los hombres precisan fortalecer la bondad”.
La conclusión a la que llega Don Quijote, cuando vuelve a la conciencia objetiva, al estado de cordura, es la de que el ser humano es bueno. Es un mensaje alentador el que Miguel de Cervantes y Saavedra plasma en su magna obra por medio de su personaje principal.
El atributo divino de la bondad se encuentra inserto dentro de la conciencia del ser, en los cuatro reinos de la naturaleza. Hace emerger, siempre oportunamente, el sentimiento del bien cada vez que la persona se encuentra al límite de los parámetros que demarcan el sendero de la virtud. La primera percepción que emerge en la conciencia es la de saber que lo que está a punto de realizar es bueno o malo, justo o injusto, hermoso o feo.
No se trata de que el ser humano sea bueno o malo; él es perfecto por naturaleza; empero, tiene  libre albedrío, y empieza su carrera como ser individual a partir de cero grado de experiencia. Debe ir aprendiendo lo que es bueno y lo que es malo, lo que es duro y lo que es blando, lo que es frío y lo que es caliente, lo que es dulce y lo que es amargo, entre otras múltiples cosas, por ensayo y error, por propio aprendizaje, en el camino de la vida. Es el eterno retorno hacia el Ser Universal, de quien cada ser, en los cuatro reinos naturales, forma parte indivisa y, en un momento dado emana a la conciencia individual, siendo Él mismo y sin separarse de Él mismo.
Lo que, en un instante determinado pueden ser buenos o malos, son sus pensamientos, sus sentimientos, sus deseos, sus palabras y sus actos, debiéndolos transmutar en su polaridad positiva, en una eterna polarización. Al percibir lo que es hermoso, se da cuenta de lo que es la fealdad; al observar lo que es bueno, descubre lo que es malo. Esto lo percibió Lao Tse, unos 500 años antes de nuestra era. Aquí se reafirma, también, la profunda agudeza que poseía Cervantes sobre los valores universales y las aptitudes del Espíritu, en la conciencia trascendente reflejada por Alonso Quijano, alías Don Quijote, en su mensaje final, al resaltar que el hombre es bueno.
Igualmente, es excelente la visión de Bias, el Prienio, al detectar que una de las principales tareas, y prioridades del ser humano, es la de potenciarse en los sentimientos del bien y de la bondad, constantemente.
En la conciencia del ser se encuentra, instantáneamente, la íntima percepción de lo bueno y de lo que representa su polaridad opuesta. Él sabe, sin que nadie más se lo diga, si lo que piensa, lo que siente, lo que desea, lo que habla y lo que hace, es bueno o malo, automáticamente.
Aunque una persona no haya estudiado las normas del Derecho Positivo, y desconozca la Legislación vigente, en un momento dado, conoce, a priori, o reconoce, intuitivamente, o por su capacidad de representación abstracta, la verdad del bien y del mal, de la justicia y de la injusticia, de la belleza y de la fealdad, de lo dulce y de lo amargo.
De igual manera, intuye si le asiste el derecho, o no, en un momento dado. Si a pesar de saberlo hace caso omiso de ese conocimiento exacto, preciso, que se expresa en su conciencia, y sigue adelante en la ejecución de un acto que se salga de los parámetros virtuosos, se activa el efecto coercitivo del valor universal inherente, del bien, de la justicia, de la belleza, y de cualquier otro, haciéndole percibir, en una representación mental, o abstracción, la vergüenza que experimentaría si lo realizara, cumpliendo un deseo indebido.
Esa advertencia coercitiva es un freno dentro de la conciencia, como acción pedagógica de la Ley Cósmica, para mantener al ser dentro de la senda virtuosa.
Si no obstante la acción coercitiva de la vergüenza la persona realiza el acto, en forma instantánea se activa la acción coactiva del valor universal, en representación de la ley cósmica, dentro de la conciencia, que le avisa de que ha incurrido en un error en la acción que acaba de ejecutar. Lo experimenta como un sentimiento de auto-recriminación. La persona adquiere conciencia de que ha incurrido en un error y de las consecuencias que acarrea su acto.
Ahora tiene dos alternativas: la primera, asumir la responsabilidad y afrontar, frente a la parte afectada, las consecuencias, resarciéndolas, o solicitando disculpas, por el error cometido, además de la compensación inherente. Las mayorías de las veces no se requiere más que eso: una simple disculpa y la promesa de no incurrir más en una acción semejante. La segunda: ocurre cuando la persona, aún experimentando la recriminación de su conciencia, evade la responsabilidad de afrontar las consecuencias, dando la cara por el acto indebido, y busca de acallar el reclamo interior. Esa evasión le va a sustraer la tranquilidad y la paz, dentro de la conciencia, hasta el momento en que decida enmendar el referido acto. Afrontar, asumiendo las propias responsabilidades, consolida la paz interior; las múltiples funciones del organismo se desenvuelven en perfecta armonía, la faz se muestra radiante, sosegada, el ánimo tranquilo permite mantener la frente alta, y la persona, confiada, podrá encarar al mundo brindando la esencia de su ser en un servicio efectivo. El salario cósmico es la inherente compensación que se obtiene en el cumplimiento del propio deber y misión.
El conocimiento de las leyes de la vida permite al ser humano fortalecer sus aptitudes, expresando en polaridad positiva los valores universales, como práctica constante de todas las virtudes. Esto le facilita seguir el camino del medio en el que, además de realizar el bien, ejecutando actos de bondad, las compensaciones positivas que reciba constituirán su bien más preciado, y manifestará, en sí mismo, la bondad divina, en todas sus vertientes y variantes.
Recordemos que aprender es recordar, por lo cual, a medida que el ser asciende en la espiral evolutiva, en el eterno retorno, va redescubriendo, en su conciencia, la verdad universal inherente a los atributos divinos, impresa en la misma por la ley cósmica.

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